jueves, 7 de agosto de 2014

DECIMOQUINTO DÍA: "EL OSCURO ORIGEN DEL CRISTIANISMO" - NIMROD DEL ROSARIO



Es ésta una larga historia que aquí sólo puedo resumir. Para ello sería necesario afianzar el Culto en las sociedades germano romanas recientemente formadas en Europa. Y la mejor manera de afianzar el Culto, es formalizarlo y plasmar esa forma en las masas; centrar a la sociedad en torno a la forma del Culto. ¿Dónde comienza la forma de un Culto, cuál es el extremo más visible para las masas? Evidentemente, el Culto comienza por el Templo, lo que primero aparece al creyente. En verdad, lo más importante del Culto es el Ritual; pero todo sitio donde se practica el Ritual es un Templo pues el Templo es el Espacio Sagrado donde se puede realizar el Ritual.

En esa empresa ocuparían el esfuerzo toda la casta sacerdotal de Occidente. Se lograría principalmente por la unificación religiosa y la función fijadora del Culto que ejerce todo Templo sobre las masas. Pero habría más: también se requería la formación de un poder financiero y militar.

El Culto oficial de las sociedades europeas era el cristiano, así que los Templos habrían de responder a los Ritos de la Iglesia. Claramente, se advierte que el plan requiere la efectivización de dos condiciones: la primera es que las masas tomen conciencia de la necesidad del Templo para la eficacia del Ritual; y la segunda es que se disponga, en el momento en que esta necesidad alcance su máxima expresión, de los hombres capaces de satisfacerla mediante la construcción de Templos en grandes cantidades y volúmenes. La primera condición se cumpliría por la constante y permanente prédica misionera; la segunda, con la fundación en Occidente, de un Colegio Secreto de Constructores de Templos.  Mas ello no ocurrió de entrada, pues se debía concretar el plan comenzando por la primera condición.

La oportunidad es producto del nacimiento, en el siglo VI, del “monacato occidental”, tradicionalmente atribuido a San Benito de Nursia. Realmente, solo la ignorancia de los europeos pudo sostener semejante atribución durante mil doscientos años; empero, pese a que desde el siglo XVIII se conoce en Occidente con bastante precisión la historia de las religiones del Asia, todavía hoy en día hay quienes sostienen tercamente esa patraña, entre ellos, el dogma oficial de la Iglesia Católica: mas, para comprobar el engaño, solo hay que tomar un avión, viajar al Tíbet, y observar allí los monasterios budistas de los siglos III y II A.J.C., es decir, ochocientos años anteriores a San Benito, cuyas reglas internas y construcciones son análogas a las benedictinas. La oración y el trabajo eran allí la Regla, tal como en la fórmula ora et lavora de San Benito; pero, lo más importante, lo más revelador de la comparación, resultará sin dudas el descubrir que los monjes tibetanos se dedicaban al oficio de copistas, es decir, de reproducir y perpetuar antiguos documentos y libros, y a conservar y desarrollar el arte de la construcción de Templos, igual que los benedictinos. Y no hay que insistir, porque es suficientemente conocido, que aquellos monasterios constituían centros de difusión religiosa por la acción de los monjes misioneros y mendicantes que allí se preparaban y enviaban por toda el Asia.

A la luz de los conocimientos actuales, sin embargo, cualquier persona de buena fe ha de admitir que la institución del monacato oriental data del siglo X antes de Jesús, o sea, es por lo menos 1.400 años anterior a la aparición del monacato occidental. Para refrescar la memoria a este respecto, conviene recordar los siguientes datos: en primer lugar, que los himnos más antiguos del Rig Veda y los Upanishads mencionan las comunidades brahmánicas munis y vrâtyas; en segundo lugar, que en la Época de Buda, personaje histórico del siglo VII A.J.C., ya existían âshrams desde cientos de años antes; y por último, que si la reforma religiosa budista se extiende rápidamente en la India, China, Tíbet, Japón, etc., es porque ya existían los grupos que se iban a transformar en Sanghas.

Pero no se trata de que los benedictinos fuesen budistas o tuviesen algo que ver con el budismo. 

En los primeros siglos de la Era Cristiana cuando el Imperio Romano admitía el “paganismo” y mantenía contacto con los pueblos del Asia, se conocía perfectamente la existencia de la vida monacal oriental; incluso hombres ilustres como Apolonio de Tiana, contemporáneo de Jesús, habían viajado al Tíbet y recibido instrucción en sus monasterios. Algunas sectas gnósticas, que llegaron a comprender y a oponerse, han dejado testimonio de que ello se conocía en las principales ciudades del Medio Oriente: Alejandría, Jerusalén, Antioquía, Cesárea, Éfeso, etc. Pero la institución de los monasterios no se establece de la noche a la mañana: es necesario seguir un estricto proceso de formación, con ese método los Sacerdotes brahmanes impusieron el hinduismo y los sacerdotes budistas, previa deformación de la doctrina del Kshatriya Sidhartha, crearon el monacato budista tibetano, chino, indio y japonés. Ese método determina que se debe comenzar por una etapa de anarcomisticismo social, caracterizada por la proliferación de iluminados, ermitaños, y Santos: esta fase tiene el objetivo de fomentar la creencia de que la futura institución monacal es un producto espontáneo del pueblo, que nace y se nutre del pueblo. De este modo los pueblos aceptarán naturalmente la existencia y obra de los monasterios, y, lo que es más importante, también lo aceptarán los Reyes y gobernantes. Y ese método infalible es aplicable en cualquier pueblo y con el concurso de cualquier religión.

En el marco del judeocristianismo, ya en el siglo I comienza a aplicarse el método y así surgen en Medio Oriente multitud de ascetas y Santos que se retiran a los desiertos y las montañas para vivir en soledad. Durante los siglos II y III crece tanto la población de anacoretas que muchos deciden juntarse bajo el mando de un Santo superior y el orden de alguna regla: se constituyen entonces las comunidades de cenobitas; no obstante, la comunidad de los cenobitas no alcanza aún el grado de unión requerido para el modo de vida monacal pues cada miembro continúa con la vida ermitaña y solo se reúnen para orar y alimentarse. Y junto a los anacoretas y los cenobitas, vagan por todas partes los “frailes errantes”, versión occidental de los “monjes mendicantes orientales”. Para el siglo V, las colonias de anacoretas y los cenobios, sumaban miles y miles de miembros en Egipto, Palestina y Medio Oriente: en una sola diócesis de Egipto, Oxyrinthus, vivían veinte mil ermitañas y cien mil ermitaños anacoretas, mientras que en vida de San Pacomio existían siete mil monjes cenobitas en sus monasterios, que llegan a cincuenta mil en el siglo V. 

El momento propicio para instituir el monacato occidental, y para difundir el engaño de que consistía en una creación original judeocristiana, se iba a presentar después de la muerte del Emperador Teodosio, en el año 395, cuando el Imperio Romano se reparte entre sus dos hijos Arcadio y Honorio. Arcadio se establece en Constantinopla, dando inicio al Imperio Romano de Oriente, que duraría hasta el año 1453. Honorio hereda el Imperio Romano de Occidente, con Roma, que se deshacería ochenta años después frente a la presión de las hordas bárbaras: luego del año 476, el Imperio de Occidente se divide en múltiples Reinos romanogermánicos y comienza un proceso colectivo de aislamiento y decadencia cultural. No solo con el Asia quedan cortados los lazos culturales sino con la misma Grecia; pero la sociedad europea ya estaba preparada para la institución monacal: durante siglos había visto pasar a los frailes errantes procedentes de Tierra Santa y escuchado las historias de los anacoretas y cenobitas orientales; incluso muchos peregrinos viajaban a Tierra Santa y allí adoptaban la vida ascética, conservando a su regreso las costumbres adquiridas; en ese momento, siglo VI, no existe zona montañosa europea donde no habiten ermitaños cristianos. Pero una vez establecido el orden de los monasterios, todos olvidarían el origen oriental de la institución monacal.

Justamente, de los monasterios benedictinos saldrán las copias y traducciones de los libros más fecundos de la cultura griega, que no tuvo institución monacal, y se “perderá” todo vestigio de las culturas de Extremo Oriente; vestigios que habían existido en el Imperio Romano y que misteriosamente desaparecen de Europa al tiempo que “aparecen” los libros más adecuados para empujar a occidente hacia el desastre espiritual del Renacimiento y la Edad Moderna, es decir, los libros en que se expone el racionalismo y la especulación griega, raíz de la “Filosofía” y de la “Ciencia” moderna. Nada se dirá, a partir de la Cultura benedictina, sobre el origen de las civilizaciones europeas, ni sobre las religiones de los pueblos del Asia, ni siquiera sobre la de los recientes germanos, a quienes se obligará a olvidar sus Dioses y creencias, y sus alfabetos rúnicos. Y nada se dirá, por supuesto, que pueda relacionar a la institución monacal occidental con otras Culturas, que pueda despertar la sospecha de que lo ocurrido en Europa es una historia repetida en otras partes, la conclusión de un método de Estrategia Psicosocial para ejercer el control de las sociedades humanas. Recién después del siglo IX, por la presencia de los árabes en España, y del siglo XII, por la transculturalización que causan las Cruzadas, algunos Espíritus alertas advierten el engaño. 

San Benito, que nació en el año 480, funda en el 530 el monasterio modelo de Monte Cassino y redacta en el 534 su célebre Regla. Que recibió instrucción de los “Ángeles” no caben dudas porque su Regula Monachorum es una fiel reproducción de la Regula Magistri Sapientiae (1). Al morir en el año 547, y “subir al Cielo por un camino custodiado por Ángeles” según presenciaron muchos monjes, las bases del “monacato occidental” estaban echadas: ése era “el momento” largamente esperado para irrumpir en los países continentales de Europa.

San Patricio, va al Continente para estudiar la Doctrina Cristiana, regresa en el año 432, procedente de Roma, investido de Obispo y con la autorización papal para evangelizar Irlanda. Inmediatamente funda muchos monasterios, algunos realmente importantes como los de Armagh y Bangor donde se celebrarían Sínodos y existirían escuelas religiosas. Los siguientes ciento treinta años, desde la muerte de San Patricio en 462 hasta la partida de San Columbano en el año 590, se emplean a fin de dar forma a la “Iglesia de Irlanda”, vale decir, a fin de organizar su futuro asentamiento continental.

El año 590 señala “el momento” histórico en que los planes empiezan a ejecutarse rigurosamente. El “lugar” donde se desarrollará el Colegio de Constructores de Templos ya está listo: son los monasterios de la Orden de San Benito. Y ya ha sido elegido Papa el monje benedictino Gregorio, que años antes en Constantinopla “convoca a los monjes irlandeses”, y los integra a la Orden de San Benito. En el mismo año 590 parte hacia Francia San Columbano, procedente del gran monasterio de Bangor. En Francia se dedica a fundar monasterios basados en la Regula Monachorum: cuenta en todo momento con el apoyo de San Gregorio Magno, quien recibe a San Columbano en Roma más de una vez. Luego del de Anegray establece el monasterio de Luxeuil, de vasta influencia en la región, y el famoso de San Golen, a orillas del lago Zurich, entre muchos otros. San Columbano muere en el año 615, en el monasterio lombardo de Bobbio, dejando su misión prácticamente cumplida: cientos de monasterios en las Galias, en Suiza y en Italia, es decir, en los antiguos asentamientos celtas, bajo la dirección de los “monjes irlandeses”, integrados a la Orden de San Benito.

Hay que recordar que en el año 589 se desarrolla el III Concilio de Toledo donde el Rey Recaredo, por influjo del Obispo de Sevilla San Leandro, se declara “católico romano”, junto con la Reina y toda la corte del Reino visigodo. No debe sorprender, pues, que se precipiten en España a partir del nefasto año 590. 


Notas: El texto lo adapté al contexto histórico, porque el original de la novela contiene conceptos conspiranoicos y esotéricos dudosos que se encuentran fuera de la temática del blog.

(1) La Regula Magistri Sapientiae es un manuscrito anónimo de difusión universal conocido en occidente desde el siglo II por diferentes sectas cristianas y gnósticas judías, tres siglos antes de que San Benito escribiera su Regula Monachorum.

Tomado de "El Misterio de Belicena Villca - Nimrod del Rosario"

No hay comentarios:

Publicar un comentario