viernes, 26 de septiembre de 2014

ANIMISMO - PATRICK HARPUR


Todas las sociedades tradicionales reconocen el Anima Mundi. Puede que no tengan un concepto para ello (el mana que menciona Jung es la excepción más que la regla), pero lo conocen directamente a través de cada gran sueño, encuentro daimónico y epifanía. Este sentido de anima en la naturaleza, vibrante de vida, se denomina peyorativamente “animismo” en la cultura occidental, que desde hace mucho tiempo ha vaciado a la naturaleza de alma y la ha reducido a una materia muerta que obedece leyes mecánicas. La palabra “animismo”, en efecto, desacredita lo que pretende describir. Pero, para las culturas que describimos como animistas, no existe tal cosa como el animismo; solo existe una naturaleza que se presenta en toda su inmediatez preñada de dáimones. Hay genios de bosque y de montaña, númenes de árboles y arroyos, demonios en cuevas y espíritus junto al mar. Todos estos pobladores de lo salvaje cuentan con sus homólogos dentro de los límites de lo habitado, desde los ancestros a los más íntimos dioses domésticos. Ningún aspecto de la vida cotidiana carece de su daimon soberano, al que hay que considerar su parte y ración si se quieren evitar los problemas. “Todas las cosas”, como señalaba Proclo, “están llenas de dioses.”

Fuera del recinto sagrado –el temenos- del pueblo, los lugares sagrados albergaban a dáimones que, como es natural, prefieren unos sitios a otros, un cierto árbol por aquí o una roca por allá. Dentro, santuarios realizados por el hombre –hogares, tumbas, templos…- hospedaban a dioses domésticos y espíritus ancestrales. Y es que los dáimones necesitan atenciones. Las luces suspendidas sobre los túmulos o círculos de piedra, las que se elevan de las tumbas sagradas o los pozos santos, son señales de lugares daimónicos. Los ovnis levitan sobre bases militares, centrales eléctricas y embalses porque éstos son los santuarios de nuestra moderna cultura secular, cuyas inquietudes tecnológicas quedan reflejadas en la misteriosa exhibición de una “nave espacial” alienígena de alta tecnología. 

Los lugares donde se registra una alta incidencia de ovnis se llaman “ventanas”. No es un mal nombre para un lugar sagrado, pues sugiere una mayor transparencia entre la realidad daimónica y la ordinaria. Los dáimones prefieren especialmente los límites, o lo que el antropólogo Victor Turner llamaba “zonas liminales” (“umbrales”). Éstas pueden estar dentro de nosotros (entre la vigilia y el sueño o la conciencia y la inconsciencia) o fuera (cruces de caminos, puentes y orillas). O pueden referirse a momentos determinados, entre el día y la noche, a medianoche, en el cambio de año… Campings de caravanas o aparcamientos de camiones a menudo son especialmente frecuentados por ovnis o por criaturas extrañas, tal vez porque están liminalmente situados entre el campo y la ciudad, entre lo habitado y lo salvaje. En cualquier caso, todo el mundo conoce algún lugar hechizado, ya sea designado públicamente o solo en privado. En ellos, las leyes del tiempo y espacio, de materia y causalidad, parecen atenuadas; y por un instante alcanzamos a vislumbrar un orden de cosas oculto.

Tomado de "Realidad Daimónica - Patrick Harpur"

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