martes, 23 de septiembre de 2014

LOS DÁIMONES DE PLATÓN - PATRICK HARPUR


Las grandes autoridades en el mundo intermedio de la realidad psíquica fueron los neoplatónicos, que florecieron desde mediados del siglo III a.C hasta mediados del VI. Siguiendo el diálogo más místico de Platón, el Timeo, llamaron a la región intermedia el Alma del Mundo, comúnmente conocida en latín como Anima Mundi. Así como el alma humana mediaba entre el cuerpo y el espíritu, el alma del mundo mediaba entre el cuerpo y el espíritu, el alma del mundo mediaba entre el Uno (que, como Dios, era el origen trascendente de todas las cosas) y el mundo material y sensorial. Los agentes de esta mediación recibían el nombre de dáimones (a veces escrito daemones); éstos, se decía, poblaban el Alma del Mundo y proporcionaban la conexión entre los dioses y los hombres.

Más tarde la cristiandad declaró injustamente a los dáimones demonios. Pero originariamente eran solo los seres que abundaban en los mitos y el folclore, desde las ninfas, los sátiros, los faunos, o las dríadas de los griegos, hasta los elfos, gnomos, trols, jinn, etc. Por ello, denomino a todas las figuras de las apariciones, incluidos nuestros alienígenas y seres feéricos, con el nombre genérico de dáimones.

Los dáimones eran esenciales para la tradición de la filosofía gnóstico-hermético-neoplatónica, que era más como una psicología (en el sentido junguiano) o una disciplina mística que como los ejercicios de lógica en que se convirtió la filosofía. Pero los dáimones del mito evolucionaron hacia un tipo más ajustado a estas filosofías, ya fueran ángeles, almas, arcontes, tronos, potestades, muchos de los cuales se infiltraron luego en el cristianismo. Siempre flexibles, los dáimones cambiaban de forma para adaptarse a los tiempos, transformándose incluso en abstracciones si era necesario (las hénadas neoplatónicas, por ejemplo), aunque prefiriendo, dentro de lo posible, permanecer como personificaciones. El elenco de personajes arquetípicos de Jung –sombra, animal/animus, Gran Madre, Anciano Sabio- lo coloca sólidamente en esta tradición.

Nunca del todo divinos ni del todo humanos, los dáimones emergieron del Alma del Mundo. No eran espirituales ni físicos, sino las dos cosas. Tampoco eran, tal como Jung descubrió, enteramente internos ni externos, sino ambos. Eran seres paradójicos, buenos y malos, benéficos y temibles, guías y censores, protectores y exasperantes. La Diotima de Platón los describe en el Banquete, un diálogo consagrado al más ignorado de todos los temas por la filosofía moderna: el amor.

“Todo lo daimónico es un intermedio entre dios y mortal. Interpretando y transmitiendo los deseos de los hombres a los dioses y los deseos de los dioses a los hombres, permanece entre ambos y llena el vacío (…). Un dios no tiene contacto con los hombres; solo a través de lo daimónico se dan el trato y la conversación entre hombres y dioses, ya sea en estado de vigilia o durante el sueño. Y el hombre experto en semejante relación es un hombre daimónico…”

En términos jungianos, los dáimones son imágenes arquetípicas que, en el proceso de individuación, nos conducen hacia los arquetipos (dioses) mismos. No necesitan transmitir mensajes, pues ellos son en sí el mensaje. Los griegos comprendieron desde una época temprana que los dáimones podían ser psicológicos, en el sentido junguiano. Atribuían a los dáimones “esos impulsos irracionales que se alzan en un hombre contra su voluntad para tentarlo, como la esperanza o el miedo”. Los dáimones de la pasión o los celos y el odio todavía nos poseen, como han hecho siempre, haciendo que nos lamentemos tristemente: “No sé lo que me pasó. Estaba fuera de mí.” Pero, auque la actividad daimónica es más fácil de detectar en el comportamiento obsesivo e irracional, siempre está trabajando silenciosamente entre bastidores. Nuestra tarea es identificar los dáimones que hay detrás de nuestras necesidades y deseos más profundos, de nuestros proyectos e ideologías, pues como hemos visto, éstos siempre tienen una implicación religiosa, yendo y viniendo del ser divino y arquetípico. No debemos ignorarlos, porque como dice Plutarco, aquel que niega los dáimones rompe la cadena que una al mundo con Dios.

Tomado de "Realidad Daimónica - Patrick Harpur"

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